jueves, 26 de mayo de 2016

La resiliencia, una variable a tener en cuenta en el acoso escolar.


Los colores del gris (2x5F)
El número de casos de acoso escolar que recientemente se han publicado en los medios de comunicación han desarrollado en la opinión pública una gran sensibilización con respecto a este tema.  Los casos extremos que suelen ofrecer los medios de comunicación, el dolor con el que se viven estas noticias de “terror” entre niños o niñas hacen que el hecho se haya “patologizado”, arropando a las víctimas y criminalizando a los acosadores, planteando la cuestión de manera un tanto infantil o popular como un problema de buenos y malos.

El tema es vivido por padres, alumnos, y sociedad en general con tal intensidad y empatía  que cuesta trabajo distanciarse un poco y reflexionar sobre él de una manera no trastocada por la empatía o la rabia que despiertan víctimas y agresores respectivamente.

En general, los programas que se desarrollan para paliar el acoso escolar están basados en la creación y mantenimiento de ambientes libres de acoso.  El mismo término “acoso escolar” está cargado de significado. Podríamos preguntarnos si se da sólo dentro del ámbito escolar.  Al igual que la violencia de género creo que hay que entenderla como una derivación más de la violencia en general, el acoso escolar  creo también que habría que entenderlo como un problema en las relaciones sociales, en la convivencia; tanto en la escuela, como en el parque o las “diáfanas” de las comunidades de vecinos.

La focalización del problema en la escuela puede estar muy debido a que en ese ambiente, efectivamente, no debería producirseal igual que en los demás- , pero fundamentalmente, me parece que lo que hace centrarse en el ámbito escolar es porque en ese ambiente se pueden “pedir responsabilidades” y, por tanto, “externalizar el problema”.

No estoy exculpando a la escuela, no estoy tratando de que en ella se controle el ambiente al máximo para que las actitudes de acoso no se produzcan, faltaría más.  Creo que lo mismo deben pretender los padres en la familia, la policía en los parques, los entrenadores en los entrenamientos, los directores en los coros musicales, o en las obras teatrales… Estamos de acuerdo.  Pero, perdónenme,  por qué tanto incidir en el ambiente –variado y cambiante como la vida misma- y no en hacer a los sujetos más eficaces para que si alguna vez se encuentran en un ambiente negativo, puedan airosamente sobreponerse a él.  Más que huir del agua, es bueno aprender a nadar, en las piscinas, en el mar… es bueno aprender a usar medidas protectoras también, tales como barcas, tablas, flotadores… por si el oleaje es muy intenso, y, claro, actuar siempre con más prudencia que sabiduría.  Rafael Santandreu en su último libro “Ser feliz en Alaska: mentes fuertes contra viento y marea” recoge y hace explícito este pensamiento que está pasando a ser generalizado.

Durante unos días he llevado a cabo una pequeña investigación en las clases de ESO del instituto donde ejerzo como orientador escolar.  Trataré de describirla brevemente.  La investigación se sustentaba en la hipótesis de que el mayor o menor grado de resiliencia del sujeto era una variable a tener en cuenta en el acoso entre iguales.  Para intentar comprobar la tesis pasé a los alumnos la escala de resiliencia de Wagnild y Young (1993); los resultados fueron los previsibles, los alumnos tenidos como “acosadores” por sus iguales obtuvieron unas puntuaciones muy elevadas en resiliencia, mientras que los alumnos tenidos por sus iguales como “victimas” obtuvieron unas puntuaciones muy bajas en la escala.

Uno de los factores que me llamó la atención al realizar la pequeña investigación aludida anteriormente es la clara conciencia de los compañeros sobre quien ejerce como “acosador” o “víctima” en el grupo. Más llamativa aún es la fuerte y drástica auto-etiquetación de los alumnos sobre si ellos son víctimas o acosadores en el grupo, y la tranquilidad y convencimiento claro con el que expresan este sentir.

Creo que todos coincidimos en que se está generalizando la opinión de que “los niños de ahora son poco resilientes” o, por lo menos, menos que antes.  Y en ese “antes” nos vemos a nosotros mismos viviendo situaciones en las que no todo estaba dispuesto para que las cosas salieran bien, en el que las frustraciones, las pérdidas, los fracasos… eran algo cotidiano y extendido.  Es necesario asumir la posibilidad del fracaso para progresar, para aprender, es necesario salir de nuestra “zona de confort” para crecer.

El llamado “síndrome del emperador” es quizá la manifestación extrema de niños a los que se ha tratado como reyes dándoles todo lo que pedían, evitándoles toda frustración –no sea que se traumatizaran- y adversidad ; y, para nuestra sorpresa, se han convertido en tiranos, enfadados permanentemente con el mundo porque se sienten incapaces de atender a sus demandas más elementales y básicas.  Niños eternos para los que todo tiene que ser perfecto para que ellos actúen, si no es así, antes de admitir la posibilidad remota de fracasar, se paralizan, no actúan y culpan a los demás de su fracaso.   Este esquema de actuación que se podría llamar, siguiendo con la terminología romana, “o César o nada”, hace que se vean a sí mismos y por los demás como incapacitados para el aprendizaje y, por tanto, para vivir.

Al igual que “estrés”, resiliencia es un término tomado hace un siglo por la Psicología de la Física.   Luis Rojas en su libro  “Superar la adversidad, el poder de la resiliencia” cita el estudio llevado a cabo por las psicólogas Emmy Werner y Ruth Smith en los años cincuenta del pasado siglo, basado en la hipótesis de que los factores de riesgo en la infancia (pobreza, alcoholismo, violencia…) “determinaban” adultos con problemas de aprendizaje, riesgo de padecer enfermedades físicas o mentales, caer en la delincuencia y de tener serios problemas de adaptación.  Pero les llamó la atención que un 36% de estos niños tenían como una coraza especial frente a la adversidad, les llamaron “niños de oro” que resplandecían en medio de las tragedias más desesperadas.  Fue en este trabajo de investigación  cuando por primera vez se usó el término “resiliencia” que aludía a la facultad para deformarse ante el impacto de una fuerza exterior, cambiar de forma sin romperse y cuando cesa la presión recuperar su forma original.  Usándolo en psicología para aludir a la facultad mayor o menor para hacer frente a la adversidad.

Una vez entendida la importancia de la resiliencia contra el acoso, claramente es necesario intentar hacer más resilientes a los alumnos.  Profesores, padres, educadores… sociedad en general, debemos preocuparnos de asentar bien la resiliencia en la infancia, para ello es fundamental tener en cuenta al educar los siguientes aspectos:

-          Incrementar los lazos, la red familiar y social, las conexiones afectivas.
-          Educar el autocontrol y la función ejecutiva en los niños, entrenar el lóbulo frontal;  enseñarles a organizarse, a tomar decisiones y llevarlas a cabo
-          Procurarles un locus de control interno, de tal manera que las circunstancias, lo exterior, no determinen su actuación totalmente.
-          Ofrecerles autoestima positiva, no adulación.  La verdadera autoestima se obtiene al superar problemas o adversidades que nos depara el entorno.  No es un camino adecuado eliminar todos los obstáculos de la vida de los niños, sino enseñarlos a superarlos.
-          Transmitirles un pensamiento positivo.  El estilo cognitivo optimista es un factor de felicidad y eficacia esencial; no hay otro camino para transmitirlo que con el ejemplo.
-          Animarles a dar un sentido trascendente a su vida; religioso o espiritual, o comunitario y social; en definitiva, no sentir acabarse en sí mismos, sino hacer que se trasciendan.
Si analizamos la situación, creo que podemos apreciar que la tarea es inmensa y que queda mucho por hacer y por hacer de otro modo. Si la tendencia es al aislamiento social, al anonimato, a las familias mínimas, a las amistades celosas de su intimidad; a echar la culpa a las circunstancias, a los otros…; a adular sin enseñar, a fomentar un estilo cognitivo crítico, en el mal sentido de la palabra, a materializar…,  vamos a necesitar muchos guardias en todas partes para evitar el acoso, no ya escolar, sino general.


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