viernes, 26 de septiembre de 2014

EMOCIONALMENTE   CON  LOS  HIJOS.

La vida entendida como lucha, estar a la defensiva como animales heridos, sentirse humillados y marginados, dominados, sojuzgados en un mundo cruel que parece que se ha puesto en contra,  acarrea más desgracias a los hijos que a este tipo de padres/madres que adoptan el papel de abogados defensores de sus hijos. 

Luchan contra profesores, policías, educadores… contra todo aquello que pueda significar una autoridad, considerada como parte del sistema opresor y por tanto una figura represiva contra la que hay que defenderse.  Ante el miedo, la indefensión, la angustia… usamos nuestra mente emocional, primaria, primitiva.  Una mente hecha para sobrevivir, no para vivir.

El único camino para cambiar es el reconocimiento del error, del fracaso.  Estamos programados para aprender de los fracasos.  Nos invade la tristeza, la reflexión, la culpa, cuando fracasamos;  y es porque entonces “pensamos”, intentamos analizar una y otra vez la situación, comprenderla, “aprehenderla” para no volver a caer en ella.  Estamos hechos así; es una medida más de conservación de la especie.  En cambio, no aprendemos del éxito; cuando éste nos viene no “perdemos el tiempo” en pensar, lo disfrutamos, nos recompensamos, sentimos ganas de repetir y punto.

No se puede tener éxito si educamos a los hijos desde la emocionalidad.  Si cuando sentimos que no hacen las cosas bien miramos a otro lado buscando exculpaciones y pretextos que nos liberen de sentir nuestro fracaso.  Si cuando el hijo una y otra vez se equivoca y actúa con maldad o ignorancia, si cuando fracasa, en definitiva, nos vemos reflejados en su fracaso, nos sentimos partícipes de él, responsables, y entonces… le perdonamos –nos perdonamos-, le comprendemos –nos comprendemos-, le apoyamos ciegamente –emocionalmente-, aun sabiendo que estamos echando gasolina que avivará un incendio futuro.   

Pero el futuro no existe cuando el presente está perdido; se busca salir lo antes posible del asunto, vivir al día… sin pensar en ese mañana mejor al que dicen que la educación nos lleva.  Cuando se siente hambre lo primero que se pierde son los modales, la vergüenza… y también el miedo.  Quizá sea esta la causa última que provoca todo el comportamiento de justificación y defensa de lo indefendible e injustificable en los hijos, querer liberarse del miedo, la angustia que nos hacer sentir y nos impide pensar.

Dice Machado: “lleva quien deja y sólo vive el que ha vivido.”

¿Murió? Sólo sabemos
que se nos fue por una senda clara
diciéndonos: Hacedme
un duelo de labores y esperanzas.
Sed buenos y no más, sed lo que he sido
entre vosotros: alma.
Vivid, la vida sigue,
los muertos mueren y las sombras pasan,
lleva quien deja y vive el que ha vivido.
¡Yunques, sonad; enmudeced, campanas!

Me temo que también se podría decir que sólo puede educar bien quien se siente bien; no se puede educar desde la infelicidad, el pesimismo o la rabia.  Y me parece que estamos en ese bucle famoso del ¿estamos tristes porque lloramos o lloramos porque estamos tristes?  ¿qué fue antes la gallina o el huevo?; ¿los padres resentidos e infelices o los hijos maleducados?

Ya hablamos en otra ocasión sobre la necesidad de tener una infancia propia, ese paraíso perdido de felicidad que guía nuestro futuro y del que nuestros padres tuvieron la llave.