viernes, 6 de febrero de 2015

LOS TRES DESEOS, EL DESEO
No nos referimos a los deseos básicos que ya apuntó Aristóteles y nos recordó el Arcipreste de Hita.

Como dice Aristóteles, cosa es verdadera:
el mundo por dos cosas trabaja: la primera,
por tener mantenencia; la otra cosa era
por tener juntamiento con hembra placentera.


Hablamos de educación.  Trato de reflexionar en este post sobre la motivación  -la no motivación, mejor dicho-  de los adolescentes actuales, más concretamente, dentro de estos, quiero referirme a ese grupo para el que trata de dar algunos consejos el psicopedagogo Juan Vaello en su libro “Cómo enseñar al que no quiere”.

José Antonio Marina, distingue tres etapas del deseo en el desarrollo infantil. 

En la primera infancia el niño desea “pasarlo bien”; así, sin más.  No entiende que muchas veces este deseo básico es el cebo para obtener del momento o de la experiencia concreta algo más que un simple “pasatiempo”.

El adolescente se sentiría impelido fundamentalmente por el deseo de relación; todo lo sacrifica a la búsqueda de esa relación con el otro, incluso el “pasarlo bien”, concepto ya muy superado por la necesidad de “quedar bien”, ganar amigos, buscar aprobación, relación... ; también, como el deseo de “pasarlo bien”, encierra otras finalidades en muchas ocasiones ocultas al adolescente, si no del todo ocultas, no tenidas muy en cuenta.

Para el joven el deseo básico se transforma en “ser mejor”.  Esta es la verdadera esencia de los anteriores deseos;  tanto el niño como el adolescente, de manera remota y esencial, supeditaban sus deseos a este principio básico, pero sin mucha conciencia de ello.  El joven ya sí es capaz de sentir que si “lo pasa bien” o si siente necesidad de relacionarse, no muy en el fondo, evidente ya, es en definitiva para “ser mejor”, sentirse más cada día, saber, conocer, crecer.  Y esta, amigos, ya sí es la piedra angular del deseo que durará a lo largo de la vida del adulto; tomando uno y mil disfraces, negándose a sí misma en ocasiones, pero enquistada en nuestro más profundo y ancestral ser.

Es fácil reconocer cómo el niño disfruta conociendo.  Como una imagen vale más que mil palabras os propongo pinchar en este enlace, en el que se muestra lo feliz que se siente una niña al descubrir la lluvia:

OK, estamos de acuerdo, ¿no?  Claro.  No obstante probablemente hayáis caído en la trampa, en el engaño, que nos tienden muchos adolescentes: “No quiero estudiar, no quiero aprender”.   Así, dicho en negro sobre blanco y en un contexto de reflexión parece mentira caer en esta mentira, ¿mentira?  Verdad.

Juegos de palabras aparte, ¿por qué tantos padres dicen pensar eso de “si quisiera podría, pero es que no quiere; es muy listo, pero no quiere”?   ¿Qué no quiere?  ¿Aprender, saber, conocer… ser mejor?  No les sigamos el juego.  Dejémonos de mentiras piadosas, tiritas que evitan sanar y cicatrizar heridas, que nos dan un consuelo efímero y falso.

Hay que concienciar a los padres del sufrimiento de sus hijos, de que éste es tan grande que lo disfrazan del “no quiero”. Es vieja la fábula de la zorra y las uvas, tanto como el deseo de ocultar nuestra frustración a los demás.  Pero, en educación, en el taller del aprendizaje, sólo se progresa si aceptamos nuestros errores y fracasos; es el primer paso para superarlos.  La resiliencia, no es algo que se hereda como la dislexia de pacotilla, se aprende; como la ortografía.

No sé muy bien de quién fue la primera culpa, si fue la gallina o el huevo, si fueron los padres quienes hicieron ansiosos y presuntuosos a los críos o si fue al contrario.  En definitiva, la mentira está tan bien urdida que los profesores se han entregado a ella como flotador en el que agarrarse ante los alumnos que “no quieren”, y por tanto… “yo no puedo hacer nada”.


Cada cosa que hacemos o sentimos tiene su porqué, su motivo; de eso sabe mucho la psicología, vive de ello, de las causas ocultas –más exactamente “trabajosamente ocultadas”.  ¿Qué busca un enseñante al decir eso de “no quiere aprender”, “no le gusta estudiar”?   ¿El deseo de ser mejor?  Me temo que probablemente, y la explicación sería una larga disertación sobre la falta de tiempo, el egoísmo y unos cuantos pecados capitales más demasiado humanos.