Coeficientes y cocientes. La superdotación vulgarizada.
Haz lo que quieras.
La única regla de la orden instituida por Gargantúa fue esclarecida por
Savater en su libro casi de texto “Ética para Amador”. Savater nos
explica que si de verdad hiciéramos lo que quisiéramos haríamos el
bien, por nuestro bien. Pero no siempre hacemos lo que queremos, no
nos podemos gobernar ni a nosotros mismos, o por lo menos no siempre. Sí quieres gobernar un gran imperio,
gobiérnate a ti mismo.
Están de moda las excusas para indicar que no hacemos lo que
queremos: es muy listo, pero se distrae con facilidad, no presta atención, no
quiere estudiar, no atiende, no le interesa aprender, no le gusta leer –es disléxico-,
no se sabe controlar –es tdah-, sólo atiende a lo que le interesa –es un poco
asperger-, en el fondo es buena persona, pero tiene trastornos de conducta –es TDC-…
y así hasta el hartazgo. Insistiendo una y otra vez en el “puede, pero no
quiere”, que esconde el sentimiento nunca desvelado y temido: “no puede, por
eso no quiere, no queremos… no suframos”.
Del farragoso, deshilachado y tonto último libro de Goleman “Focus” he podido extraer algo
interesante. Dedica dos o tres páginas a
intentar explicarnos que uno de los diamantes es la atención focalizada, el
autocontrol, no el CI; el CI no es
predictor de éxito ni siquiera académico, mientras que el autocontrol sí lo es, y no sólo académico.
Pero, cuántas veces oímos decir a los padres “es muy listo,
pero no quiere estudiar”, “es muy
inteligente, pero no se organiza, se pone nervioso, se relaciona mal socialmente…”. Como si
del pack que podemos llamar “inteligencia” pudiéramos sacar habilidades tan
valiosas como el autocontrol, la organización, la sociabilidad, la tranquilidad
o la frialdad para resolver imprevistos…
No sé qué pasaría si la NASA para elegir a sus astronautas se limitase a
examinarlos de matemáticas, o de sus conocimientos sobre dinosaurios. Los padres se suelen sentir tan orgullosos al
decir que su crío es muy inteligente que suelen matizarlo con un “pero no
quiere estudiar”, “es muy desorganizado”… para no pasar por presuntuosos
totales. No saben que desprecian los
diamantes y recogen el barro.
El
autocontrol no viene de serie, se aprende.
Nos lo enseñaron nuestros padres.
Todos
los niños quieren que sus padres guíen su comportamiento, se sienten seguros
cuando esto ocurre. “Ahora
lo sé, decía un padre; cuanto más me he empeñado en cumplir todas sus
peticiones, más me ha exigido y peor me ha tratado. En cuando he empezado a exigirle
responsabilidades, se ha transformado en otra persona”.
El paradigma actual en educación, especialmente familiar, parece estar determinado por las dos
siguientes premisas:
1.- Lo verdaderamente importante es lo que nos viene dado,
las cualidades naturales (dones).
2.- Desprecio por lo que es trabajado, conseguido por el
trabajo, sobreponiéndose a los fracasos y carencias.
El barroco en educación, por otra parte, alienta a los
alumnos y familiares a centrarse en lo singular, personal, excesivo, llamativo…
despreciando la visión de conjunto, la estructura y los pilares del
edificio. No es de extrañar que la
excusa preferida por el alumnado sea el “yo soy así, debo ser yo mismo”,
olvidándose o rehuyendo toda posible excelencia sobrevenida a través del
esfuerzo o trabajo. El “´sé tú”, de las
lecciones de asertividad se ha tomado por las hojas, y ha desterrado al “sé
mejor”, necesaria actitud ante el aprendizaje.
Los medios de comunicación ayudan a fomentar esta creencia,
planteando un mundo en el que la suerte y el destino dejan poco que hacer a
conceptos tan rutinarios, trasnochados y entendidos como tontos, tales como el
trabajo, la economía… No hay mejor lotería que el trabajo y la economía, decían…
“los antiguos”.
Cada vez hay más alumnos en clase que, según sus familias, “se
aburren” de tan listos como son. No vale de nada contar a estos padres todo lo
referente a las nuevas ideas factoriales sobre la inteligencia o la
inteligencia práctica de Sternberg, no vale contarles que la inteligencia está
hecha para resolver los problemas que nos presenta nuestra vida diaria, que no
para otra cosa está hecha, y que no cuadra mucho que un alumno fracase en su
trabajo, en su tarea propuesta y sea muy inteligente, que a más CI más
motivación interna, más atención, menos aburrimiento; y al contrario. No sirve de nada intentar desmontar todos los
tópicos sobre el sabio loco, las leyendas urbanas y demás historias que dan a
entender que Einstein era así de listo porque sacaba la lengua como la Mile
Cyrus.
Los padres de los niños de 3 años parecen haberse puesto de
acuerdo en pedir “un certificado de superdotación” sin fecha, sine die, por si
luego de tan listo las cosas le van mal en el cole, darle con él en la cara al
tutor/a que le toque en suerte la desgracia de constatar que el niño/a no está
a la altura. No es esta una idea mía; me
la expresó una madre cuando le pregunté que para qué quería un “certificado de
superdotación” como me pedía.
La Administración ha entrado en el juego; y se ha diseñado
un programa para detectar superdotados en 1º de primaria. No se pueden imaginar lo difícil que es, al
menos tanto como sería detectar discapacidades intelectuales a los 6 años. Sin pensar en retrasos madurativos o precocidades
intelectuales, para qué esperar. En esas
estamos… Dios nos perdone.
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