miércoles, 3 de agosto de 2011

UNA INFANCIA PROPIA


Virginia Woolf consideraba necesario que las mujeres tuvieran “una habitación propia” para empezara a tener una vida propia.  La infancia es la “habitación propia” del ser humano; si se tiene en la infancia, se tendrá para el resto de la vida.  No nos referimos aquí a esas habitaciones llenas de estanterías, cajones y juguetes en las que metemos, a veces como un complemento más,  a los niños;  hablamos de una “habitación” que se refiere a un espacio y tiempo vital propio, de experimento y crecimiento.

Los adultos, más manipuladores e invasivos que nunca, hemos intentado diseñar hasta en el más mínimo detalle este espacio-tiempo infantil.  Proyectamos en ellos nuestros intereses, valores…

Ha calado en el ambiente la caricatura presentada por Amy Chua en su artículo “Why Chinese Mothers Are Superior”, comparando a las madres chinas con tigresas frente a las gallinas cluecas europeas; reivindicando una educación basada en una disciplina férrea, rigor y severidad; manipulativa hasta el paroxismo.

Da miedo ver cómo se parecen los críos a nosotros, los padres o profesores.  Pero ¿qué falta en nuestro “superpotito” educativo?  ¿Por qué fracasamos tanto en algo tan importante? 

Para encontrar la respuesta quizá debamos hacernos la pregunta que da título a uno de los libros de Dyer:  What do you Really Want For Your Children?,   ¿Qué deseamos  por encima de todo para nuestros hijos?  Probablemente la respuesta será “que sean felices”;  pero, y va otra pregunta crucial, ¿Actuamos en consecuencia?

En este inicio de siglo se habla mucho de “positivismo” (“Siempre positivo, nunca negativo”, decía un famoso entrenador de fútbol), se habla de felicidad, optimismo… pero, curiosamente, para referirse o recetar el modo de ser de los adultos; mientras que para la infancia se han dejado las palabras un tanto trasnochadas de esfuerzo, frustración, deberes, tareas…  Se entiende la infancia como una etapa competitiva y esforzada encaminada a conseguir una formación y encontrar un trabajo en la madurez y,  entonces… “descansar y disfrutar de la vida”.  El mundo al revés, sí;  pero así pinta la cosa, no nos engañemos.  El último libro de Carld Honoré alerta sobre la hiperexigencia hacia los hijos y el "es que no podemos" que justifica el no estar lo suficiente con ellos.

Parece que nuestra  sobre-educación, compuesta por  las 5 perniciosas S, que apuntara Didier Pleux en su libro “El niño, de rey a tirano” (Sobreconsumo, Sobrevaloración, Sobreprotección, Sobreestimulación y Sobrecomunicación), ha producido una generación de niños con altas dosis de fracaso escolar, de insatisfacción y depresión.

Seligman, al realizar sus estudios sobre la depresión,  consideró extraño que niños formados en el estilo educativo desarrollado en los años finales del XX, basado en la autoestima y en el rechazo a provocar el menor trauma o frustración en la infancia,  diera como resultado unas generaciones de adultos con tan poca autoestima y tan proclives a la depresión.  Dorothy C. Briggs publicó en 1970 su famoso libro “Your Child’s Self-Esteern”, significativamente traducido al castellano como “El niño feliz”.   Tanto Seligman como Briggs consideran la autoestima como un pilar fundamental en la educación, pero los dos distinguen entre la falsa autoestima –la mera adulación-  y la auténtica, la que obtiene el niño a través de los éxitos que le deparan sus actuaciones, reflejo del desarrollo de sus potencialidades.

La autoestima está íntimamente relacionada con el optimismo, con el "optimismo inteligente",  considerado por Seligman como uno de los tres pilares fundamentales de la educación, junto a las aptitudes y la motivación; proclamándolo, también, como la mejor vacuna contra la depresión.

Al descubrir la importancia del optimismo, Seligman  volcó sus estudios sobre este tema desarrollando programas para hacer optimistas a los niños, aunque descubrió que el estilo cognitivo es algo que transmiten los padres a los hijos de manera un tanto inconsciente, así como los profesores y el entorno educativo del niño, formando parte del currículo oculto.  Llegó a la conclusión de que hijos de padres optimistas desarrollaban un estilo de pensamiento optimista, mientras que los hijos de padres pesimistas, desarrollaban un estilo cognitivo pesimista.  En esto, como en tantas otras cosas,  se cumple el verso machadiano,  sólo lleva quien deja y vive el que ha vivido. Uno de los grandes desafíos de la educación crear lo que no se tiene, formar para un futuro que se desconoce. 

Nos hemos preocupado mucho por fomentar las aptitudes y la motivación de nuestros hijos o alumnos, tanto que nos hemos olvidado –y en muchos casos sacrificado- el tercer pilar, el optimismo. Hemos sacrificado la infancia en aras a un futuro mejor, para más tarde descubrir que el mejor futuro estaba en ella.

2 comentarios:

  1. MUY BUENO!!! No tenemos tiempo , con lo absorvente del tiempo de trabajo de dedicarles más tiempo y de calidad a los hijos. Es más fácil decirles que si y que nos dejen en paz. Con lo cual alimentamos la INTOLERANCIA A LA FRUSTRACIÓN que está en la base de todos los perfiles de fracaso, drogadicción, egoismo...
    Muy bueno defender que la autoestima no es adulaci´pn sino el resultado de superar retos, alcanzar logros... y reconocérselo de manera explícita.

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  2. Tu blog me gusta cada día más, Juan, felicidades!
    Buen post. Besossss

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