viernes, 1 de julio de 2011

EL PARAÍSO PERDIDO

La infancia ha dejado de ser un paraíso; se ha sustraído  a la naturaleza.  Si nos sentimos bien en la naturaleza, es porque ella no nos evalúa, nos acepta tal y como somos.   Nos sentíamos bien en la infancia porque era una etapa en la que nos podíamos presentar tal y como éramos y no nos importaban los otros.

Haced memoria, ¿con cuántos años os empezó a preocupar aparecer ante los demás despeinados, con las manos o las rodillas sucias, incluso con un moco colgando?  Bien, pues en ese preciso momento acabó vuestra infancia, ¿estáis de acuerdo?

Hace no más de un cuarto de siglo nos preguntábamos si se podía hablar de ansiedad, depresión, neurosis… y demás trastornos en la infancia.  La existencia de los  trastornos anímicos infantiles estaba en principio cuestionada,  para después,  ocupar un apartado propio en los manuales de psicopatología, y con el tiempo ir desdibujando sus límites con las patologías de adulto.

Hace poco,  en la sala de profesores de un colegio se desarrollaba una conversación interesante sobre  la competitividad en los  niños, cuando un interlocutor apuntó: “ los niños de antes eran competitivos, pero no neuróticos”. 

Es cierto.  Pero, ¿qué ha hecho de estos niños unos pequeños neuróticos?  Creo que la razón puede estar en la presencia permanente de los padres en sus actos cotidianos, la sobre-implicación y sobre-vigilancia.  El intento feroz de participar y dirigir todas las facetas y campos de la vida infantil ha dado un tono adulto a la vida infantil y un toque infantil a la de los adultos.

En un principio parecía que el problema mayor radicaba en la poca presencia de los padres a la hora de educar a sus hijos; aunque es evidente que aquí, como en todo, se puede pecar tanto por defecto como por exceso, son evidentes los estragos que causa la falta de una presencia en cantidad y calidad de los padres, familiares, profesores… adultos,  en general,  que vigilan y protegen la vida de los niños.  Son sabidos los problemas que causa la carencia de esta presencia necesaria de los adultos en la vida infantil.  Lo que nos asombra por nuevo, es lo contrario; la excesiva presencia de los adultos en la vida de los niños, genera también problemas.

Pensemos en unos niños que se juntan para jugar al fútbol.  Podríamos observar cómo los líderes de la pandilla establecen las reglas, eligen a los mejores jugadores, sus puestos en el equipo… y, sorprendentemente, los que no han sido elegidos y tienen que “chupar banquillo”  hasta que alguna posible lesión o acontecimiento extraño les procure un hueco más activo en el juego, se sienten jugando, participando dignamente… sin sentirse discriminados, rechazados… sin establecer una visión negativa de los hechos… mostrándose quizá competitivos, pero no neuróticos.

En cambio, todos hemos observado los partidos en los que los padres hacen de jugador número 12, o de entrenadores personales de sus hijos.  Es curioso sentir la ansiedad y emociones que experimentan los niños en estos casos.  El acontecimiento deportivo deja de ser un juego.  Da la sensación de que los adultos logran transmitir su visión de las cosas a los niños.  Con sus cámaras, sus palmas, caras de orgullo, de decepción… van marcando las emociones que, por osmosis, aprenden a experimentar los niños.

Otro significativo ejemplo es el de los niños pequeños que se acercan a otros niños –muchas veces totalmente desconocidos para ellos- y les piden participar en el juego.  Los padres con intuición y empatía comprenden fácilmente que lo mejor es vigilar la niño desde lejos en el parque, mostrarse un tanto ajenos a sus cuitas en este laboratorio social y de vida.

La sobre-exigencia, sobre-protección y sobre-implicación de los adultos hacia los niños ha destruido esa arcadia feliz en la que cada persona puede sentirse el centro de su propio mundo, sin importarle mucho lo que los demás piensen de ella.

Niños-sobre.  Esta expresión está tomando cuerpo para definir una nueva realidad.  Se la oí por primera vez a la directora de un centro de atención temprana;  “no nos preocupan tanto los padres que no asoman por aquí, como los que se sobre-implican; ponen nerviosos a los niños… y a nosotros también”, decía la directora,  para continuar expresando las diferencias entre aquellos padres de hace unos años a los que era difícil convencer para que cumplieran los programas de estimulación precoz que se ofrecían a sus hijos, y los nuevos padres que toman el programa con el rigor y exigencia de un  preparador de oposiciones.  Didier Pleux, autor del popular libro L' enfant roi à l'enfant tyran, habla de la perniciosas 5 S : Sobreconsumo, Sobrevaloración, Sobreprotección, Sobreestimulación y Sobrecomunicación.

Es un nuevo problema, como la adicción a internet, una nueva patología, la sobre-implicación, que crea numerosas oportunidades a las nuevas patologías en los niños.  El intento de que todo vaya perfecto hace que los niños se sientan en una situación permanentemente deficitaria, niños temerosos no tanto del fracaso, como de la reacción de sus padres ante esos pequeños fracasos que sólo son  los escalones necesarios en el  aprendizaje.  “Niños condenados a ser perfectos”, se titulaba un artículo aparecido recientemente,que refiriéndose a los numerosos casos de TDAH que se dan actualmente en la infancia, comentaba la gran facilidad con la que se medica a niños, simplemente para hacerles rendir más en el ámbito académico, para intentar que cumplan las altas expectativas que los padres tienen en este terreno.  Padres que no entienden que algunas dislalias son evolutivas, que la madurez se desarrolla poco a poco,  a veces pasando por etapas de “inmadurez”,  que los niños deben aprender a fracasar, a frustrarse… a caer y levantarse; que así es el camino para aprender, y también para vivir.  Padres que pasan con facilidad de este extremo al contrario;  como niños que si encuentran que la galleta está partida, ya no quieren comérsela.

La ansiedad por coger el fruto nos está llevando a deshojar la flor de la infancia.  Un buen presente es la mejor garantía de un buen futuro.  No sacrifiquemos la infancia en aras de ningún futuro porque ella es la base de todo buen futuro.  Seligman, que tanto estudió la depresión en adultos, se ha centrado últimamente en elaborar programas para enseñar un estilo cognitivo optimista a los niños.  Analizó cómo la adulación –el fomento de la falsa autoestima- y la acción de los adultos encaminada a evitar cualquier tipo de “trauma” en los niños creó, paradójicamente,  una de las generaciones más depresivas de la historia, y cómo el aprendizaje del optimismo en la infancia es la mejor vacuna contra la depresión, la mejor herramienta para conseguir una vida feliz.
  
"Rosebud".  Todos recordamos esta palabra que en su agonía musitaba Orson Welles en Ciudadano Kane.  La bola de cristal con nieve artificial rodaba por el suelo, unas imágenes nos llevaban a un paisaje nevado de su infancia en la que jugaba con sus amigos con un trineo llamado “Rosebub”;  imágenes que ahora, en el lecho de muerte, después de toda una vida atraído por los fetiches del poder y el dinero, reconocía como un paraíso perdido.  La infancia debe ser esa etapa feliz, cimiento de todas las posteriores.

1 comentario:

  1. Hola Juan Alonso!

    Genial que te hayas animado a hacer un blog!!
    Si necesitas ayuda, pide, que es muy fácil!!
    Por ejemplo, esta noche te explico cómo hacer para que la presentación que has metido en el lateral te quede más pequeña...besos!

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