EL SÍNDROME DEL CUADERNO NUEVO

Con la punta de tus dedos
pulsas el mundo, le arrancas
auroras, triunfos, colores,
alegrías: es tu música.
La vida es lo que tú tocas.
pulsas el mundo, le arrancas
auroras, triunfos, colores,
alegrías: es tu música.
La vida es lo que tú tocas.
Bonito, ¿eh? Así nos describe Salinas el “estado de flujo”
en el que se encuentra su amada, lo que la hace tan atractiva. No sé si saben a dónde
quiero llegar. Permítanme continuar con
una reflexión sobre la manera de usar un cuaderno escolar, ayudará a
explicarme.
Creo que podríamos encontrar dos actitudes básicas a la hora de usar un cuaderno; la del estudiante que se ilusiona con él, lo
forra, escribe su nombre en la portada con todo el esmero posible, decora la
primera página…, todo hecho con mucha
tensión, con miedo a equivocarse y estropearlo; el mismo miedo que le agarrota cuando intenta
escribir en él. Creo que entenderán que
el final de este proceder es que el estudiante, muy a su pesar, debe escribir
algo en las primeras páginas y que lo escrito seguro que estará muy por debajo
de lo que el cuaderno-tuneado exige, con lo que más pronto que tarde, después
de arrancar varias hojas, y aceptar la triste mediocre realidad, el alumno perderá
el interés por el cuaderno y
probablemente por la asignatura o materia a la que está dedicado, dado el
tiempo gastado en el tuning en vez de en el estudio que, con toda probabilidad,
le habrá hecho perder el paso y ganar la
frustración tonta derivada de las expectativas imposibles, generalmente concretada en la inacción o el
rechazo manifiesto por lo que no creemos poder alcanzar.
La actitud opuesta es la del estudiante que entiende el
cuaderno como una herramienta para aprender, como un espacio de taller en el
que con esfuerzos, fracasos y triunfos irá recogiendo sus esfuerzos por ser
mejor. Quizá coincidan conmigo en que cuando
avanzado el curso alguien revise el cuaderno dirá algo así como “está muy
trabajado, seguro que pertenece a un buen alumno”.
Bien, pues algo así sucede a los padres con los hijos. Hay
padres con unas expectativas tan grandes y un miedo a equivocarse tal que no se
atreven a actuar; y, si lo hacen, es para comprobar
una y otra vez que la galleta no está rota, para pedir confirmación ansiosa
al tutor, al orientador, al vecino… de que
el número se lo han dado premiado, y, amigos, en el pecado está la penitencia, ya
les conté el final del estudiante más pendiente de no emborronar el cuaderno
que de entender la asignatura.
Y luego, claro, están también los padres en “estado de flujo” con los hijos y su educación, desde
el principio, sin reparar en ello, sin saber lo valioso, hermoso y atractivo de
su proceder.

1.- Altas expectativas.
2.- Chequeo continuo
del niño para encontrar o cerciorarse de la excepcionalidad pretendida.
3.- Sobreprotección
tendente a evitar todo fracaso o frustración en el niño.
4.- Procurar formar una
imagen de “madurez” en el niño valorando y potenciando actitudes y
conocimientos “sorprendentes”, propios de un adulto. “Encender
bombillas”, llamar la atención es lo
que suelen hacer muchos de los niños que sufren padres con este síndrome. Saben los nombres de los dinosaurios más
difíciles, hablan sobre cosas que no entienden con una soltura de
superficialidad aprendida; intentan seducir, buscan el aplauso inmediato, la
admiración… por eso precisamente, huyen del aprendizaje, desprecian lo que ignoran, carecen de la humildad necesaria para
aprender. Aprenden a usar el “no están
maduras” de la zorra de la fábula como coraza ante las demandas de la realidad,
refugiándose en la imagen de su paraíso imaginado que proyectan en los otros. Tarta
para hoy y hambre para mañana.
5.- Búsqueda a toda
costa de la singularidad en el niño.
Así, no es difícil que los padres se debatan entre la discapacidad o la
superdotación; entre los extremos, en definitiva. O César o nada, que dicen dijo César.
6.- Búsqueda de
etiquetas que expliquen las expectativas rotas. TDAH, dislexia, Asperger, superdotación… aquí
la variedad es inmensa, aunque la cosa va por modas, con lo que la homogeneidad
también.
7.- Si la galleta está
rota, ya no interesa. Todo el
interés que suelen mostrar estos padres en los primeros años del niño, se suele
ir diluyendo y desapareciendo por completo cuando el alumno realiza los últimos
años de Primaria o los primeros de Secundaria, a la vez que se dicen algo así
como <<no es como yo quería que fuese –con una erre el “quería”, nótese- por
tanto ya no me interesa>>.