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Los colores del gris (2x5F) |
El número de casos de acoso escolar que recientemente se han
publicado en los medios de comunicación han desarrollado en la opinión pública
una gran sensibilización con respecto a este tema. Los casos extremos que suelen ofrecer los
medios de comunicación, el dolor con el que se viven estas noticias de “terror”
entre niños o niñas hacen que el hecho se haya “patologizado”, arropando a las víctimas y
criminalizando a los acosadores, planteando la cuestión de manera un tanto
infantil o popular como un problema de buenos y malos.
El tema es vivido por padres, alumnos, y sociedad en general
con tal intensidad y empatía que cuesta
trabajo distanciarse un poco y reflexionar sobre él de una manera no trastocada
por la empatía o la rabia que despiertan víctimas y agresores respectivamente.
En general, los programas que se desarrollan para paliar el
acoso escolar están basados en la creación y mantenimiento de ambientes libres
de acoso. El mismo término “acoso
escolar” está cargado de significado. Podríamos preguntarnos si se da sólo
dentro del ámbito escolar. Al igual que
la violencia de género creo que hay que entenderla como una derivación más de
la violencia en general, el acoso escolar creo también que habría que entenderlo como un
problema en las relaciones sociales, en la convivencia; tanto en la escuela,
como en el parque o las “diáfanas” de las comunidades de vecinos.
La focalización del problema en la escuela puede estar muy
debido a que en ese ambiente, efectivamente, no debería producirse –al igual que en los demás-
, pero fundamentalmente, me parece que lo que hace centrarse en el ámbito
escolar es porque en ese ambiente se pueden “pedir responsabilidades” y, por
tanto, “externalizar el problema”.
No estoy exculpando a la escuela, no estoy tratando de que
en ella se controle el ambiente al máximo para que las actitudes de acoso no se
produzcan, faltaría más. Creo que lo mismo
deben pretender los padres en la familia, la policía en los parques, los
entrenadores en los entrenamientos, los directores en los coros musicales, o en
las obras teatrales… Estamos de acuerdo.
Pero, perdónenme, por qué tanto
incidir en el ambiente –variado y cambiante como la vida misma- y no en hacer a
los sujetos más eficaces para que si alguna vez se encuentran en un ambiente
negativo, puedan airosamente sobreponerse a él.
Más que huir del agua, es bueno aprender a nadar, en las piscinas, en el
mar… es bueno aprender a usar medidas protectoras también, tales como barcas,
tablas, flotadores… por si el oleaje es muy intenso, y, claro, actuar siempre
con más prudencia que sabiduría. Rafael
Santandreu en su último libro “Ser feliz en Alaska: mentes fuertes contra
viento y marea” recoge y hace explícito este pensamiento que está pasando a ser
generalizado.
Durante unos días he llevado a cabo una pequeña
investigación en las clases de ESO del instituto donde ejerzo como orientador
escolar. Trataré de describirla
brevemente. La investigación se
sustentaba en la hipótesis de que el mayor o menor grado de resiliencia del
sujeto era una variable a tener en cuenta en el acoso entre iguales. Para intentar comprobar la tesis pasé a los
alumnos la escala de resiliencia de
Wagnild y Young (1993); los resultados fueron los previsibles, los alumnos
tenidos como “acosadores” por sus iguales obtuvieron unas puntuaciones muy
elevadas en resiliencia, mientras que los alumnos tenidos por sus iguales como
“victimas” obtuvieron unas puntuaciones muy bajas en la escala.
Uno de los factores que me llamó la atención al realizar la
pequeña investigación aludida anteriormente es la clara conciencia de los
compañeros sobre quien ejerce como “acosador” o “víctima” en el grupo. Más llamativa
aún es la fuerte y drástica auto-etiquetación de los alumnos sobre si ellos son
víctimas o acosadores en el grupo, y la tranquilidad y convencimiento claro con
el que expresan este sentir.
Creo que todos coincidimos en que se está generalizando la
opinión de que “los niños de ahora son poco resilientes” o, por lo menos, menos
que antes. Y en ese “antes” nos vemos a
nosotros mismos viviendo situaciones en las que no todo estaba dispuesto para
que las cosas salieran bien, en el que las frustraciones, las pérdidas, los
fracasos… eran algo cotidiano y extendido.
Es necesario asumir la posibilidad del fracaso para progresar, para
aprender, es necesario salir de nuestra “zona de confort” para crecer.
El llamado “síndrome del emperador” es quizá la
manifestación extrema de niños a los que se ha tratado como reyes dándoles todo
lo que pedían, evitándoles toda frustración –no sea que se traumatizaran- y
adversidad ; y, para nuestra sorpresa, se han convertido en tiranos, enfadados
permanentemente con el mundo porque se sienten incapaces de atender a sus
demandas más elementales y básicas.
Niños eternos para los que todo tiene que ser perfecto para que ellos
actúen, si no es así, antes de admitir la posibilidad remota de fracasar, se
paralizan, no actúan y culpan a los demás de su fracaso. Este
esquema de actuación que se podría llamar, siguiendo con la terminología
romana, “o César o nada”, hace que se vean a sí mismos y por los demás como
incapacitados para el aprendizaje y, por tanto, para vivir.
Al igual que “estrés”, resiliencia es un término tomado hace
un siglo por la Psicología
de la Física. Luis Rojas en su libro “Superar la adversidad, el poder de la
resiliencia” cita el estudio llevado a cabo por las psicólogas Emmy Werner y
Ruth Smith en los años cincuenta del pasado siglo, basado en la hipótesis de
que los factores de riesgo en la infancia (pobreza, alcoholismo, violencia…)
“determinaban” adultos con problemas de aprendizaje, riesgo de padecer
enfermedades físicas o mentales, caer en la delincuencia y de tener serios
problemas de adaptación. Pero les llamó
la atención que un 36% de estos niños tenían como una coraza especial frente a
la adversidad, les llamaron “niños de oro” que resplandecían en medio de las
tragedias más desesperadas. Fue en este
trabajo de investigación cuando por
primera vez se usó el término “resiliencia” que aludía a la facultad para deformarse
ante el impacto de una fuerza exterior, cambiar de forma sin romperse y cuando
cesa la presión recuperar su forma original.
Usándolo en psicología para aludir a la facultad mayor o menor para
hacer frente a la adversidad.
Una vez entendida la importancia de la resiliencia contra el
acoso, claramente es necesario intentar hacer más resilientes a los
alumnos. Profesores, padres, educadores…
sociedad en general, debemos preocuparnos de asentar bien la resiliencia en la
infancia, para ello es fundamental tener en cuenta al educar los siguientes
aspectos:
-
Incrementar los lazos, la red familiar y social, las
conexiones afectivas.
-
Educar el autocontrol y la función ejecutiva en los
niños, entrenar el lóbulo frontal; enseñarles
a organizarse, a tomar decisiones y llevarlas a cabo
-
Procurarles un locus de control interno, de tal manera
que las circunstancias, lo exterior, no determinen su actuación totalmente.
-
Ofrecerles autoestima positiva, no adulación. La verdadera autoestima se obtiene al superar
problemas o adversidades que nos depara el entorno. No es un camino adecuado eliminar todos los
obstáculos de la vida de los niños, sino enseñarlos a superarlos.
-
Transmitirles un pensamiento positivo. El estilo cognitivo optimista es un factor de
felicidad y eficacia esencial; no hay otro camino para transmitirlo que con el
ejemplo.
-
Animarles a dar un sentido trascendente a su vida; religioso
o espiritual, o comunitario y social; en definitiva, no sentir acabarse en sí
mismos, sino hacer que se trasciendan.
Si analizamos la situación, creo que podemos apreciar que la
tarea es inmensa y que queda mucho por hacer y por hacer de otro modo. Si la
tendencia es al aislamiento social, al anonimato, a las familias mínimas, a las
amistades celosas de su intimidad; a echar la culpa a las circunstancias, a los
otros…; a adular sin enseñar, a fomentar un estilo cognitivo crítico, en el mal
sentido de la palabra, a materializar…, vamos a necesitar muchos guardias en todas
partes para evitar el acoso, no ya escolar, sino general.